De la autovía que no conducía a Chawton
Navío, puede que por primera vez en su vida, se quedó sin palabras. Como había hecho el día de antes, se limitó a seguirlo entre toda la marabunta de viajeros. Cuando entraron en el vagón, el joven escaneó con la mirada los asientos libres, que eran casi todos, la cogió del brazo y la sentó en uno.
– Tú te quedas aquí, y yo me voy allí – dijo señalando un asiento en la esquina, lo más alejado posible de ella-, y ahora págame.
– Bueno, bueno, bueno. No sé si darte las gracias, o un bofetón – replicó Navío, mirando su mano extendida a la espera del dinero.
– Con que me des mis veintidós libras, me vale.
– Sí, claro, no quiero deberte nada, listillo.
Navío estaba empezando a ponerse de malhumor. Cierto es que la había sacado de un apurillo, pero también podía haber sido un poquito más amable. Abrió su bolso, y cogió uno de los fajos de libras. Desató la cinta rosa ante la atónita mirada de su supuesto salvador, y le dio un billete de veinte. Luego empezó a rebuscar en sus bolsillos buscando dos libras sueltas.
– ¿Llevas todo ese dinero en efectivo, así, en el bolso? – Le preguntó, sin salir de su asombro.
– Sí, ¿qué pasa? ¿Cómo quieres que lo lleve? – Navío seguía hurgando en los bolsillos de su pantalón y del bolso en busca de cambio.
– ¿Tú no has oído hablar de las tarjetas de crédito? Llevar todo ese dinero encima es una locura.- Dijo él, a la vez que pensaba “pero qué otra cosa se podía esperar de ti”.
– Sí, bueno, no eres mi padre, ¿vale? No quieras darme consejos ahora, cuando ayer te negaste a ayudarme. Además, no me gustan las tarjetas de crédito, nunca he tenido ninguna. Son poco románticas.
Él casi se atragantó al escucharla.
– ¿Son poco qué?.. Mira, déjalo, no quiero saberlo. Me vale con las veinte libras, a las dos libras que faltan te invito yo, con tal de que no me vuelvas a dirigir la palabra en tu vida.
– ¡Ey, ey, ey! ¡Para el carro, sevillano! Que aquí quien se ha portado como un metomentodo hoy has sido tú. Me has tapado la boca. Me has obligado a sentarme aquí como si fuera una cría. Cuanto más lo pienso, más ganas me dan de darte un guantazo. – Navío se estaba embalando, y lo sabía, pero aquel tipo la sacaba de quicio. Con lo centrada que era ella.
– Si no te llego a sacar de allí, habría sido alguien de la cola el que te habría arreado a ti, que no se puede tardar media hora en comprar un billete, chiquilla.
– Lo del billete lo tenía controlado, casi…, -resopló ella- solo quería que me indicaran cómo llegar a Winchester desde Chawton, cosa que sigo sin saber y… – Navío se interrumpió de golpe-, oye ¿y tú cómo sabías dónde quería ir?
– Pues, aparte del hecho de que no estoy sordo, ¿acaso no me lo contaste ayer?
– ¿Lo hice? Puede que sí. -Navío sonrió- ¿Así que después de todo sí que me estabas escuchando? Y tú, ¿Qué haces en este tren? – Con las prisas y el cabreo del momento, no se le había ocurrido pensar que era la última persona con la que hubiera pensado compartir aquel vagón.
– Yo también te lo dije ayer. Ni te importa, ni te interesa. – Zanjó él, dando media vuelta y dirigiéndose a su asiento.
Navío silbó largamente.
– Qué nubladitos venimos del sur, ¿eh, trianero?
“Para que luego digan que los andaluces son simpáticos”, pensó, y sacó su libro del bolso, dispuesta a ignorarlo durante la hora y media de trayecto que tenían hasta Alton. No obstante, a ratos, no podía evitar levantar la vista y observarlo. Era alto, muy alto, y podría tener mala leche, pero no mala percha, aunque tampoco era exactamente guapo. Interesante, si acaso. Cualidades todas ellas que no compensaban el hecho de que fuera un completo borde.
Por su parte, él mantuvo la vista fija en la ventanilla. Empezaba a dudar de su propia cordura al haber decidido emprender aquel viaje. Su estado de ánimo de las últimas semanas lo autorizaba a realizar algunas tonterías, pero quizás esta se salía de los parámetros de lo justificable. Debía de haberse limitado a ahogar sus penas pillando alguna borrachera, como hace cualquier español normal y respetable. Además, Navío le había provocado un agudo dolor de cabeza. Esa mañana la había visto salir del hotel y no le fue difícil adivinar a dónde se dirigía. Le había dado veinte minutos de ventaja, pensando que así podría evitarla, sobre todo porque estaba convencido de que ella se perdería por el camino. Pero no, aquella chica parecía tener más recursos de los que aparentaba, aunque en muchos aspectos se portara como una cría. La miró con disimulo, y le calculó unos siete u ocho años menos que él. Estaba como una regadera, pero era guapa, y después de todo tampoco tenía la culpa de que él estuviera de tan mal humor. Nadie le obligaba a ir a Chawton. No se le había perdido nada allí, y sin embargo había elegido voluntariamente ir al culo del mundo a torturarse. Para ser un hombre de ciencias, últimamente pensaba y actuaba de una forma muy poco lógica, y nuevamente maldijo a todos los poetas, noveleros y cuentistas, y a todas las letras que no se usaran para enunciar un problema matemático. En ese sentido, tenía bastante en común con Fermín Fernández. Cuando por fin el tren se paró en la pequeña estación de Alton, se levantó y se dirigió de mala gana a la puerta del vagón. Navío, por su parte, hizo lo mismo, pero ella estaba radiante. Como cuando te pesas por la mañana y descubres que en algún lugar de tus sueños has logrado darle esquinazo a uno de los kilos que te sobran. Destilaba felicidad. Él no pudo evitar notarlo y reaccionar de forma automática, extendiendo el brazo en un gesto para cederle el paso. No se le escapó la mirada de sorpresa que ella le dirigió, y se maldijo interiormente por aquella trasnochada muestra de galantería. Luego, decidido a acabar cuanto antes con aquel mal trago que el mismo se había impuesto, bajó del tren y empezó a buscar un taxi.
Navío en seguida se olvidó de él, tal era su entusiasmo. Durante el viaje, había intentado encontrar algún motivo que explicara por qué el trianero maleducado, como ella lo llamaba, estaba en aquel tren, pero fue poner un pie en la estación y olvidarse de todo lo que no fuera Jane Austen. Tras haber leído de cabo a rabo su particular guía literaria, sabía que desde Alton a Chawton podía llegarse dando un paseo de unos veinte minutos, y es lo que tenía intención de hacer. En la ventanilla de información de la estación, donde ya estaban acostumbrados y sabían reconocer a una fan en peregrinación, le proporcionaron un pequeño mapa que señalaba todos los edificios y puntos de la ruta que tuvieran algo que ver con la escritora. Navío, ni sabía leer mapas, ni entendía absolutamente nada de lo que explicaba el folleto, pero puesto que este representaba la silueta de la escritora y era de un encantador color rosa, se lo guardó en el bolso como recuerdo, y emprendió alegremente su camino en la dirección que el señor de la taquilla le señalaba. Es curioso cómo la felicidad solo nos hace ver nubes de color rosa, aun cuando las que nos cubran la cabeza sean de un sospechoso color grisáceo y amenacen seriamente lluvia. El de Triana, que se disponía a subirse a un taxi, la vio alejarse y por un momento pensó en decirle si quería compartirlo con él, pero luego se recordó a sí mismo que no era su padre, tal y como ella le había dicho en el tren, y entró en el coche murmurando algo así como “mala hierba nunca muere”.
Ajena a tan lindo cumplido, nuestra protagonista caminaba a paso ligero, ansiosa por llegar a su destino, y a la vez queriendo guardar memoria de todo lo que veía, si bien lo que tenía ante sus ojos era un pequeño pueblecito sin más encanto que aquel que ella le ponía con su imaginación. Y aunque la imaginación de Navío daba mucho de sí, como ya sabemos, pasado un cuarto de hora empezó a preocuparse, porque no veía ninguna indicación, y de paso, tampoco encontraba a ninguna persona a la que preguntar. Cualquiera diría que todo el pueblo estaba jugando al escondite con ella. Intentó leer el pequeño plano que le habían dado en la estación, pero le resultaba tan indescifrable como las explicaciones en inglés que lo acompañaban. Había llegado al final de la avenida principal, y no sabía por dónde seguir, así que decidió utilizar el método lógico-deductivo, al estilo Holmes. A su izquierda, al otro lado de una rotonda, discurría una carreterilla, flanqueada por una gran extensión de verde campiña. Ella siempre había leído que Jane era una gran aficionada a dar paseos por el campo, y puesto que se había imaginado que Chawton sería una pequeña casita en medio de un verde prado, decidió que obviamente aquella debía ser la dirección correcta y, ni corta ni perezosa, echó a andar por el amplio arcén. Pasado un tiempo de penosa andadura a través de una maleza que le llegaba hasta las rodillas, el viento arreció, y los coches empezaron a circular a más velocidad de lo que a ella le parecía que debería estar permitido por una carretera comarcal. De hecho, más de uno le dirigió reiterados toques de claxon. Además, el arcén se había estrechado peligrosamente, en tanto que los carriles parecían haberse agrandado. Cuando Navío empezaba a cuestionarse si no se habría equivocado de camino, un taxi puso el intermitente y se metió en el arcén. Una de las puertas traseras del coche se abrió, y de él bajó su particular salvador de aquel día. Navío iba a abrir la boca, pero antes de que pudiera decir una palabra, el joven – que la miraba de hito en hito- comenzó a perjurar, con acento más andaluz que nunca:
– Por la Macarena, la Esperanza y toditas las imágenes de la Semana Santa sevillana ¿se puede saber a dónde crees que vas andando por en medio de la autovía? (*)
Y justo en ese momento, tronó, los cielos se abrieron, y empezó a llover a cántaros.
(*) Nota de la autora: Aprovecho la ocasión para dar las gracias a mi marido, que en su día me siguió pacientemente por ese mismo arcén, intentando convencerme de que – por mucho que yo dijera- por ahí no se iba a Chawton. Tenía razón.
(**) Podéis leer los anteriores capítulos aquí, aquí y aquí.
Molita
Que susto me lleve el día de hoy. Me imagino que estarás tratando de descifrar «Y esta que querrá decir?» pues si encuentras un correo que por asunto dice «¡OMG! no me sale tu blog» esa fui yo; me he llevado el susto del día, pues cuando intente leer el capítulo completo, Google no me dejaba, insistí hasta que ¡Por fin!.
No me podía perder semejante capítulo, y ver que tiene un poquito de autobiográfico, me ha parecido súper cute.
Me ha encantado que, aunque a regañadientes, el joven Sevillano haya ayudado a nuestra heroína un tanto despistada; Qué pasará en el próximo capítulo? estoy en ascuas.
Éxitos.
Lady Hachi
Ayer hubo algún problemilla creo con el servidor, pero ya está. Me alegro de que lo pudieras disfrutar finalmente. Sí, la historia de la carretera aún nos provoca risa a mi marido y a mí cuando lo recordamos. Desde que nos pasó, pensé que eso daba para una historia… 🙂
HablandodeJane
Nena, que buenooooo!!! Lo estoy disfrutando como una enana!!
Lady Hachi
¡Gracias! Sabes que vuestra opinión es importante para mí, así que yo también estoy disfrutando como una enana.
Estefanía
Me encanta esta historia♡ yo cogí un bus directo desde Winchester a Chawton, luego caminé unos 5 minutos por un arcen casi inexistente y voilà! Allí estaba la casita 🙂
Lady Hachi
¡Gracias por tus palabras! ¿A que es una casita preciosa? Yo hice el recorrido al revés, de Chawton fuimos a Winchester.