Fidelidad
- en diciembre 12, 2014
- por Lady Hachi
- en Con nuestra propia pluma, General
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Esta entrada no tiene nada que ver con Jane Austen, no tiene nada que ver con este blog, pero tiene que ver con alguien que ha sido parte de mi vida durante diecisiete años y medio. Una parte muy importante. La perrilla de nuestra familia, la que me acompañó los años de Universidad y juventud y mis primeros pasos de adulta. Era de tamaño pequeño, patas zancudas y ojos morunos. Alegre como ella sola, para saludar movía todo el culo, en lugar de usar solo el rabito, que lo tenía corto como una brocha. La pelota y todos nosotros éramos su pasión. Cuando salía al paseo, le encantaba cargar con ramas y palos y echármelos a los pies para que se los tirara. Cuando iba al campo, buscaba piñas, y si la llevábamos al pantano o a una piscina, se transformaba en sirena. Hoy se nos ha ido, ya está corriendo como una loca otra vez, como le gustaba, por donde quiera que estén y sean los campos celestes, que sé que los hay, y allí me espera junto a todos los peludillos que ya me han dejado.
Se llamaba Linda, igual que otra Linda que mi abuelo tuvo cuando yo era niña. Hace años escribí este texto, en honor a esa Linda de mi abuelo. Hoy lo rescato, por la Linda que se nos acaba de ir, y en memoria y homenaje de todos los animalillos que han sido parte de mi familia y ya no están.
Gracias por toda la felicidad que nos habéis dado. Nos veremos de nuevo.
FIDELIDAD
En mi memoria, los recuerdos más felices de mi infancia están entretejidos con la presencia de ambos: mi abuelo y ella. Ella se llamaba Linda, era una perrilla ratonera negra, de tamaño mediano, más bien pequeño, sin pedigree –ni falta que le hacía- , pero con más candor, inteligencia y fidelidad en sus ojos de la que he podido encontrar después en muchas personas. Ahora tengo treinta y tres años y puedo reflexionar así sobre ella. Entonces era sólo una niña y lo único evidente para mi es que aquella perrilla era una compañera inseparable de mi abuelo y un ser noble de infinita paciencia, que nos dejaba a nosotros –los niños- abrazarla e intentar subirnos a caballito sin hacer nunca jamás el amago de gruñir o de morder.
Nuestra Linda, la Linda de mi abuelo, se ganó el eterno agradecimiento de todos el día que lo socorrió cuando nadie más estaba allí para ayudarlo. Mi abuelo, como todos los días, se había ido a trabajar al campo, acompañado de su fiel amiga. Pero ese día, en el camino de regreso, sufrió un ataque de reuma y tuvo que sentarse debajo de un olivo, sin poder moverse. Imagino cómo aquella perra inteligente gimotearía y se acercaría a él, instándolo a levantarse, preocupada al ver que él no podía. Imagino cómo con todo el dolor de su corazón, decidió dejarlo allí y hacer el camino de regreso a la casa de para avisar a la familia de que mi abuelo no se encontraba bien. En cuanto la vieron aparecer sola lo supieron y corrieron a buscarlo. Ahora, desde mi posición de adulta, después de haber oído a los demás contar tantas veces esta historia, yo también me siento profundamente agradecida con ella, porque mi abuelo fue para mí en aquellos años la representación de la alegría más sencilla y sincera.
Años después, cuando antes de morir, la enfermedad lo postró durante semanas en una cama, ella no se separó ni un instante de su lado. Fue su constante compañera. Cuando él murió y, tiempo después, mi madre, mi hermano y yo nos trasladamos de la casa del al lado de mis abuelos a un piso en otra parte del pueblo, ella aprendió el camino entre nuestro piso y la casa de mi abuela. Se presentaba de improviso a visitarnos. Ladraba desde la calle hasta que la oíamos y bajábamos a abrirle, y cuando se cansaba rascaba la puerta para que la dejáramos salir.
Un día murió. Lo siento aún como el recuerdo más doloroso de mi infancia. Cuando mi abuelo murió yo apenas contaba con cinco años y la tristeza parecía menos negra, pero cuando ella nos dejó yo ya era algo mayor y su muerte se impuso como una sombre muy triste y amarga.
Todos la lloramos. Una de mis tías y mi madre la enterraron un día lluvioso en el mismo campo al que tantas veces había ido con mi abuelo, al pie de un olivo que él había plantado. No volvimos a tener perro hasta muchos, muchos años después, cuando ya no vivíamos en el pueblo. Una de las perritas que tenemos ahora se llama Linda, en honor a ella, y tiene los mismos ojos inteligentes y la misma inquebrantable fidelidad por nosotros que la primera tuvo hacia mi abuelo. La queremos. Ella es una parte importante de mi vida de adulta, como la otra lo fue de mi infancia. A ellas, y a los demás amigos, hermanos animales que comparten mi vida les debo tanta felicidad que no sería tal si pudiera ponerla por escrito.
Pero ella, Linda, la perrilla ratonera de mis años de niña en el pueblo, fue la primera en enseñarme que unos ojos no humanos pueden tener tanta humanidad como los de cualquier persona.
En memoria de Bibiano Fernández y su Linda. No habéis dejado de jugar conmigo en mi memoria.
Lady Hachi
Estos días, desde que publiqué la entrada, me habéis dejado muchos comentarios en facebook, donde la compartí, solidarizándoos con mis sentimientos, apoyándome, dándome ánimos y diciéndome cosas tan bonitas que no quiero que se pierdan, así que con vuestro permiso, las copio aquí:
usta esto.
Victoria Fernández ¡Qué guapa!
Bali Rosenqvist Es un homenaje precioso. Ánimo.
Jane Kelder Lo he visto esta mañana y todavía no encuentro palabras para darte ánimos. ¡Un abrazo!
Warmisunqu Austen Te acompaño en el sentimiento Nuestros amiguitos peluditos nos calan tan profundamente y es tanto lo que nos enseñan… son unos seres maravillosos y nosotros afortunados de compartir con ellos. Todo mi cariño, Hachi
Judy Avalon No hay algo más triste que cuando se va nuestro amigo más fiel.Pero debes estar tranquila por la felicidad que le has dado todos los años que ha pasado con vos. Pasé por muchos momentos así.Los recuerdo a cada uno con el mismo amor. Soy perrera de alma. Todos fueron rescatados de la calle. Y hoy, desde hace tres años nos acompaña una belleza a quien amamos. Siempre en nuestro corazón mascotero hay lugar para otra almita que busca hogar. Mi cariño y un abrazo en este momento.
Aurora López Mucho ánimo, Hachi. Lo siento muchísimo!! Es de lo más bonito que he leído en tiempo, me ha emocionado recordando a mi Kali. Recordar por siempre todos estos años en la que fue una más de la familia, repartiendo amor a raudales sin pedir nada a cambio, es lo que ahora toca, aunque sea muy duro. La historia de tu abuelo es maravillosa, pocas veces se escuchan historias así de primera mano. Un besazo muy fuerte!!!
Anna Hernández-Canut Hachi, lo siento muchísimo.
Lo cierto es que es exactamente igual que con las personas, al menos yo lo sentí así con Trufi y no hay consuelo posible . Es cuestión de ser fuerte, quedarte con lo bonito y pensar que ahora es un angelito más y vida . Cuando vaya pasando el tiempo, las lágrimas se convertirán en una sonrisa porque todo ese Amor que nos regalan diariamente es la más poderosa fortaleza contra todo , eso siempre se queda en el alma, eso la muerte no nos lo puede arrebatar.
Ánimo y un abrazo muy, muy grande .
Silvia Casado Terrones Mucho ánimo… Yo también he pasado por unos cuantos duelos perrunos. Es duro. Son taaaaan queridos… El último hace ya años, pero aún muchas mañanas recuerdo los ojillos brillantes al darte los buenos días
Pippi Rocío C Ayyyyy un besote enorme guapa…..
Molita
Lady Hachi, muy bonita historia, de veras que nos llega a los que amamos a esos seres peluditos, tan inteligentes, tiernos y amorosos, algunos más revoltosos que otros, pero que saben ganarse de una u otra manera nuestro corazón y cuando parten, nos dejan un sin sabor, pero a la vez innumerables gratos recuerdos que no se borran así no más. Fuerzas desde la distancia para ti.
Lady Hachi
Muchas gracias por tus cariñosas palabras. Los recuerdos que nos dejan y la felicidad que nos dan compensan estos momentos tristes en los que nos tenemos que despedir de ellos.