Érase una vez: Celebrando el 200 cumpleaños de Orgullo y Prejuicio
Quien ponga en duda que hay pasiones que duran para siempre, hoy debería preguntar a las legiones de fans que alguna vez cayeron rendidas ante el encanto de Orgullo y Prejuicio. 200 años y sigue seduciendo como el primer día. Para celebrarlo, os dejo aquí mi pequeño homenaje personal.
ÉRASE UNA VEZ (FANTASÍA PARA JANEITES)
Érase Una Vez, Libros Para Todas Las Edades Y Estados De Ánimo, convoca el concurso “Primeras Frases para Narrar con Estilo”. ¡Escribe la tuya y participa celebrando con nosotros nuestra próxima apertura! Contáctanos en adriana@eraseunavez.com.
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“Nadie la vio regresar a casa aquella tarde, desgranando pasos lentos de soledad y abandono”.
Si alguien tuviera que escribir mi historia, me hubiera gustado que empezara así.
Miss A.
Pd: Me encanta estar aquí.
Adriana sonrió al leer el mensaje de la primera concursante en la bandeja de entrada de su ordenador. Era además el primero que le llegaba desde que puso en marcha su proyecto: Érase una vez. Libros para todas las edades y estados de ánimo. Sonrió, le encantaba el nombre. Puede que no fuera el más moderno, o el más comercial que hubiera podido elegir, pero era una declaración de principios, y es lo que ella buscaba para su librería. En una semana abriría las puertas al público, pero hacía ya algunos días que había inaugurado su blog. “No hay que olvidarse de las nuevas tecnologías. Si no estás en internet, no existes”, pensó. Y se dispuso a seguir trabajando en él. La idea era que la gente encontrara en Érase una vez un sitio donde perderse navegando, no un simple catálogo de libros. La única forma de competir con los grandes monstruos que alimentaba internet y que ofrecían cualquier libro en stock -con gastos de envío gratis-, o con las grandes superficies que vendían el último bestseller junto al pasillo de los lácteos, era crear un lugar especial, lleno de curiosidades para investigar, y que sirviera de punto de encuentro para los adictos a la palabra escrita. En su tienda física, y en su espacio virtual.
Hizo girar la silla y su mirada se encontró con filas de anaqueles y estanterías llenas de volúmenes con lomos relucientes, en perfecto estado de revista. Le encantaba esa visión. Y al fondo, presidiendo la sala, como un buen anfitrión al extremo de una larga mesa, una gran vitrina de madera blanca, maciza, albergaba bajo llave una veintena de valiosos volúmenes. Ella los consideraba a la vez su talismán de la suerte, y el espíritu de Érase una vez. Celosamente protegidas, y colocadas con mimo, descansaban en ella diversas ediciones tempranas, en lengua original, de Orgullo y Prejuicio. Todas ellas eran elegantes ediciones ilustradas. La más preciada de todas, un volumen verde con los cantos dorados, y la figura de un pavo real, también dorado, en la portada. Se la conocía como Peacok Edition, y había sido publicada en 1894, con las ilustraciones de Hugh Thomson, posiblemente el más famoso de todos los ilustradores de la obra de Jane Austen. Pero también contaba con otros pequeños tesoros, de mayor o menor valor. Grandes artistas, desde época victoriana hasta la actualidad, habían puesto sus lápices al servicio de la misma novela, y Adriana tenía la suerte de contar con una amplia representación de estas ediciones: C. H. Brock, Lex de Renault, Chris Hammond, A. Wallis Mills, Isabel Bishop, Robert Ball y un largo etcétera compartían una estantería que hubiera hecho las delicias de cualquier janeite. Los volúmenes más antiguos y valiosos eran una singular herencia. El resto, los más modernos y asequibles, los había ido comprando ella misma desde que se contagió de la fiebre del coleccionista.
Adriana era hija única. Sus padres prácticamente también. Eso suponía que había crecido sin hermanos, primos, o parientes cercanos. Tan solo había tenido una tía, una hermanastra de su padre que vivió con ellos algunos años cuando era pequeña, aunque apenas la recordaba. Se había marchado de casa cuando ella contaba con cinco años, y nunca más volvió a verla. Pero precisamente a ella le debía aquel pequeño tesoro. No sabía mucho de su tía Alma, solo las vagas referencias que le había dado su padre. El abuelo paterno de Adriana se había casado de nuevo al enviudar y verse solo con un niño de diez años. De ese segundo matrimonio nació su tía Alma. A su padre y a su tía siempre les separó, además de una gran diferencia de edad, una diferencia aún más abismal de carácter. Ella se parecía a su madre. Era soñadora, alegre e impulsiva, y amaba los libros. Él era como su padre. Serio, chapado a la antigua, muy práctico y aún más estricto. Cuando Alma quedó huérfana a los quince años, tras la muerte en accidente de su madre y del padre de ambos, pasó a estar bajo la tutela de un hermano con el que nunca había tenido una gran relación. A los veintitrés años se fue de casa, y nunca más volvieron a verla. Algunos años después, la policía se puso en contacto con ellos. Su prometido había denunciado su desaparición, apenas un par de semanas antes del día de su boda. No se supo más de ella. En el pequeño apartamento donde había vivido desde que se marchó no encontraron nada fuera de lo normal. Toda la ropa estaba en su sitio, no había indicios de robo, ni de violencia. Nada. Lo único fuera de lugar era un montón de libros antiguos esparcidos por el suelo del salón. Todos, ejemplares de la misma novela. Los había heredado de su madre, había explicado el padre de Adriana a la policía, y siempre había sentido un gran apego por ellos. El caso quedó archivado sin resolver, y las escasas pertenencias de Alma, que se reducían prácticamente a aquel puñado de libros, quedaron durante años sepultadas en una caja de cartón en el trastero de los padres de Adriana. De allí los había rescatado ella el invierno anterior. Estaba entonces en la recta final de sus estudios de Filología Inglesa, y su mente era una batalla campal entre dos bandos: “E. O. M.” (Estudiar Oposiciones para Maestra), defendido por su siempre conservador padre, contra “A. C. S.” (Arriesgar y Cumplir un Sueño), que contaba con escasos apoyos. Hasta que encontró aquella caja con las ediciones de la que siempre había sido su novela favorita. Así ganó la batalla Érase Una Vez. Su padre puso el grito en el cielo, y acusó a su tía Alma de haberle sorbido el seso ya desde pequeña, con aquellos cuentos absurdos que le leía. Adriana no recordaba aquello. Tenía la vaga noción de que alguien le había contado cuentos en algunas ocasiones cuando era pequeña, pero no los relacionaba con ninguna figura en concreto. Había sido demasiado pequeña para acordarse, pero no le importó que la compararan con su tía.
Así, otra vez, aquella colección de libros volvió a emigrar, esta vez para ir a instalarse en un lugar mucho más acorde a su rango. Dejando el cartón y el polvo por la madera y el cristal, se convirtieron en la joya de su futura librería. También serían un gran atractivo para su blog. Durante semanas, Adriana se dedicó a escanear con sumo cuidado todas y cada una de las ilustraciones de aquellos volúmenes, y creó una sección en su página llamada Jane Austen Ilustrada. Pensó que merecía la pena ponerlas al alcance de lectores y curiosos en general, que de otra forma hubieran tenido difícil acceso a ellas. Y por otra parte, además de aportar un plus a su blog, sería un reclamo para las legiones de fans de la escritora inglesa. Con el tiempo, podría extender la idea a otros autores, ampliando poco a poco su colección. Pero por el momento tenía que centrar su atención, así que se dispuso a contestar el correo de su primera seguidora: Miss A. Tras unos segundos de titubeo, tecleó:
Querida Miss A.,
Muchas gracias por participar en nuestro concurso. Me gusta tu propuesta, aunque ¿con un principio tan triste hay lugar para un final feliz en tu historia? Quiero pensar que sí, me gustan los finales felices. Es un placer tenerte aquí. Espero que en este blog te sientas como en casa.
Saludos,
Adriana
Y pulsó el botón de enviar, pensando que ojalá la gente empezara a animarse y pronto tuviera muchos participantes. Tenía que publicitarse de alguna forma, y aquel concurso era su primera apuesta. Apenas acababa de hilar este pensamiento cuando la sorprendió un nuevo correo de Miss. A. -¡Vaya! ¡Eres rápida! – pensó.
Querida Adriana,
Todo depende de lo que consideres un final feliz. Aquella tarde subí las escaleras de mi portal, recogiendo en cada peldaño un trozo de mis ilusiones, y abrí la puerta de mi pequeño apartamento cargada con los trozos de la vida que me hubiera gustado vivir. Sin embargo, luego, todo desapareció. Y ahora estoy aquí. Sí, creo que es un final aceptable.
Miss A.
Adriana se sintió un poco incómoda al leer un correo que parecía tan personal – ¿le estaba hablando de su vida o de una ficción?- y creyó que era mejor no contestar. Sin embargo, sentía curiosidad – y un punto de ternura- por la forma en la que se expresaba aquella mujer, así que volvió a teclear:
Querida Miss A.,
Escribes muy bien. No necesitas que nadie cuente esa historia por ti. Tú misma podrías hacerlo. A mí me encantaría leerte.
Adriana
Cinco minutos, diez… quizás Miss. A. ya no estaba al otro lado de la línea. Se había hecho muy tarde, ella misma debía apagar ya el ordenador e irse a casa, pero cuando se disponía a hacerlo un nuevo correo entró en la bandeja de mensajes.
Yo era buena contando historias. Solía hacerlo hace mucho tiempo. Las grababa para alguien a quien quise con todo mi corazón. Lo único que lamento de aquella última tarde es que ya nunca tuve la oportunidad de buscarla para decirle cuánto la había echado de menos..
Miss A.
Esta vez Adriana ya no se lo pensó antes de contestar. Le daba la impresión de tener al otro lado a una vieja amiga que necesitaba hablar:
¿Qué pasó aquella tarde? Parece que de verdad te rompieron el corazón.
Adriana
En la plaza, el reloj de la torre dio las doce.
Querida Adriana,
Aquella tarde, simplemente, le vi con otra. No es nada original, un engaño tan viejo como el mundo. Estábamos prometidos, pero imagino que iba a dejarme por ella. O no, quizás pensaba casarse conmigo igualmente. No lo sé. Nunca llegué a saberlo. Volví a casa con la misma sensación de pérdida que cuando murieron mis padres. Me encerré en mi apartamento y me aferré a lo único que me quedaba de mi madre. Sus viejos libros. Lloré abrazada a la que siempre fue nuestra novela más querida, hasta que la pena dejó lugar a una rabia infinita. Entonces, enfadada con la realidad que me había tocado vivir, recuerdo que grité: “¿Por qué yo no tengo derecho a una historia así?”. Y no volví a ver aquellas paredes.
Miss A.
Tac, tac, tac…¿era el reloj encima de la mesa el que hacía tanto ruido en el silencio de la noche, o era su corazón?
Querida Miss A.
¿Quieres decir que te marchaste? ¿Lo dejaste todo atrás?
Adriana
Tac, tac, tac…
Querida Adriana,
No. No lo dejé todo atrás. Lo dejé todo fuera.
Miss A.
No lo entiendo, ¿fuera? ¿De dónde?
Adriana
Tac, tac, tac…
Fuera del libro, Adriana, por supuesto. ¿Por cierto, crees que podrías conseguir algún ejemplar ilustrado de otra novela? Solo puedo desplazarme por los grabados y después de tantos años necesitaría cambiar un poco de aires. Nunca pensé decir que podía cansarme de Orgullo y Prejuicio, pero me encantaría echar un vistazo a alguna obra moderna. Estoy un poco desfasada y, además, seré sincera, el siglo XIX es en muchos sentidos mejor desde el otro lado de la página. En cualquier caso, desde que abriste el blog todo es mucho más ameno. Gracias por traerme hasta aquí. Este mundo de internet es asombroso. Tampoco me importaría si consigues un ejemplar de Emma, siempre quise conocer al Sr. Knightley.
Miss A.
“¡No me lo puedo creer!” – pensó Adriana- “llevo la última hora charlando con una chalada. Tendría que habérmelo imaginado”. Y se levantó de la silla, decidiendo que ya era hora de irse, y lamentando el tiempo de sueño que había perdido entrando en aquel absurdo juego. “Hay que ser ilusa, si mi padre se enterara le faltarían adjetivos para describir mi estupidez. Seguro que es una broma. Me gustaría saber a cuál de mis amigos tengo que darle una paliza por ello. Se van a enterar”. Comenzó a apagar el ordenador, que parecía no tener prisa por cerrarse. “Vamos, ahora no te bloquees, por favor”, murmuró impaciente. Mientras el ordenador se lo pensaba, Adriana comenzó a ponerse el abrigo y a apagar las luces. Nerviosa y enfada como estaba, el zumbido del sistema de mensajes de voz que tenía instalado en el ordenador la cogió por sorpresa y ahogó un pequeño grito. Sabiendo con seguridad que no era una buena idea, lo abrió, y de los altavoces del portátil salió una voz cantarina:
“Querida, antes de que te marches, se me olvidaba pedirte un favor. Ayer leí la reseña que escribiste sobre esa horrorosa parodia, Orgullo, Prejuicio y Zombies…Seguro que no hace falta que lo pida pero, ¿podrías prometerme que no pondrás ningún ejemplar en la vitrina? No me gustaría caerme ahí por equivocación. ¡Qué horror!”.
Adriana soltó una carcajada, divertida a su pesar. Había que reconocer que a aunque aquella mujer le faltara cordura, tenía sentido del humor. Y, mientras se reía, se vio asaltada por recuerdos borrosos que acudieron como flashazos del pasado. Se vio a sí misma, con cinco años, escuchando en un viejo radio-cassette los cuentos de una cinta que la tía Alma le había dado a escondidas. Volvió a verla llevarse un dedo a los labios y susurrarle: “Este será nuestro secreto. Adiós”…Su padre confiscó aquella cinta poco después, y ella acabó por olvidarla. Hasta ese momento. En un gesto de mudo estupor, se llevó la mano a la boca. Y, aunque sabía la respuesta, durante minutos se negó a contestar la pregunta que la acechaba. De pie, con la vista fija en el ordenador, no podía dejar de pensar: “Yo he oído esa voz antes, hace tiempo. Hace mucho tiempo. Pero, ¿dónde?” Dejó caer la mano (1).
(1) Esta última frase es de un cuento de Isak Dinesen. Estoy participando en un curso de escritura creativa, y el ejercicio de este mes era inventar una historia a partir de este final prefijado. Aproveché la ocasión para celebrar a mi manera el 200 cumpleaños de mi novela favorita.
***Orgullo y Prejuicio fue publicado por primera vez el 28 de enero de 1813. ¡Feliz Bicentenario!***
Uesugi
Oye, ¡qué bien! ¡Me ha gustado mucho!
Lady Hachi
¡Gracias Vampirillo!
viajeroindependiente
Hachi! Para cuando una novela?
Sigue asi….
La verdad que no estaria nada mal, tus fans seguro que ya estan reservando el primer ejemplar….
Lady Hachi
¡Aunque no aspiro a tanto, se agradecen los ánimos y la confianza «viajero»!
Victoria Fernández
Preciosa historia, Hachi. Deberías persistir en la escritura, y seguro que no habrían de faltarte temas. El homenaje a Orgullo y prejuicio haría que Jane Austen cambiara su modestia por orgullo.
Lady Hachi
¡Gracias Victoria! Yo ya me siento orgullosa de que te guste. Espero insistir en este año nuevo y aporrear un poco más las teclas de mi ordenador, salga lo que salga es un sano ejercicio.
Nuria
¡¡Genial!! Me ha encantado el final!! -no la frase en sí de Isak Dinesen, sino el hecho de q tiene a Jane por ahí!! 😀
Lady Hachi
Me encanta que te encante, aunque me temo que la profe del curso tenía razón y el final queda poco claro…, jajaja. Ella me preguntó si se suponía que hablaba con Jane Austen o con su tía Alma. La idea era que hablaba con su tía, que digamos «se cayó dentro de los libros», no me di cuenta en su momento que las iniciales Miss A. daban lugar a confusión, y como soy un poco perruna no me he molestado en cambiarlo. Igual la doble lectura le da también su encanto, jejeje.