De un trayecto incómodo, una llegada y un descubrimiento
- en octubre 07, 2014
- por Lady Hachi
- en Con nuestra propia pluma, General
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Que el joven de Triana apareciera al rescate, montado en un taxi cual caballero a lomos de un caballo no es algo que tuviera planeado, ni que deseara en absoluto. Y, de hecho, si hubiera caído en la cuenta de que tal comparación podía hacerse, probablemente le hubiera dado un síncope. El pobre se vio, sin más, arrastrado por las circunstancias, que como en un mal folletín parecían conducirlo una y otra vez al lado de Navío.
Una vez que hubo cogido el taxi en la estación, dejando a su pesadilla emprender el paseo a pie, el joven aún dudaba sobre si ir o no a la casita de Chawton, a pesar de que había recorrido todo el camino desde Triana hasta allí expresamente para ello. Por eso, pidió al taxista que lo dejara en un café de Alton, para relajarse y reflexionar un poco desayunando un estupendo trozo de plum cake, arruinado – según su opinión- por un asqueroso earl grey, y es que nuestro joven era de los de café negro de máquina y sin azúcar. Se entretuvo en ello una media hora, el tiempo que Navío andurreó por el pueblo intentando encontrar el camino correcto. Cuando terminó su desayuno, se subió de nuevo a otro taxi, ya con la idea firme de ir a conocer de una vez por todas la casa de esa escritora que le había arruinado la vida, pero no bien acababa de arrancar el coche, cuando por la radio del taxi, una voz ronca y con un deje apresurado, comenzó a berrear:
– ¡Mayday, mayday! Chicos, ¿alguno de vosotros está cerca de la A31? Vengo de hacer una carrera a Selborne y de regreso me he cruzado con una joven despistada dando bandazos por el arcén. Parecía ir en las nubes, puede que estuviera fumada, o bebida, o ambas cosas. El caso es que creo que la van a atropellar en menos que se dice God save the Queen.
– Danny ¿eres tú? – preguntó el conductor del sevillano, dirigiéndose a la radio.
– ¿Bernie? Sí, ¿qué hay chico?
– Nada nuevo. Yo iba ahora hacia Chawton, me pilla de paso, pero ¿se puede saber por qué no has parado tú, viejo tarado?
– ¡Qué más quisiera! Pero tengo una emergencia familiar. Mi suegra no deja de aporrear la cabeza del alcohólico de mi suegro con la jarra de cerveza. Esa jarra tiene el culo de peltre, no te digo más. Mi mujer me ha llamado histérica, y está ya casi de nueve meses, lo sabes. Me temo que mi cuarto hijo va a venir al mundo en medio de una disputilla marital.
– Me hago cargo, Danny, me hago cargo. Ya voy yo a echar un vistazo. Corto y cierro.
Bernie se volvió hacia el asiento de atrás, para encontrarse con la atónita mirada de su joven pasajero, que aún se estaba preguntando si habría entendido bien toda la conversación, o si quizás su nivel de inglés no era todo lo que se esperaba y realmente aquellos dos taxistas no habían dicho lo que él se imaginaba que habían dicho.
– Señor – comenzó a decir Bernie- si no le importa, vamos a tener que desviarnos un poquito de la ruta. No sé si ha escuchado usted a mi compañero pero…
El joven de Sevilla alzó la mano, cortando la explicación del taxista.
– La he oído, pero confiaba en haberlo entendido mal.
– Bueno, pues eso, hay que ir por esa joven antes de que un camión la haga papilla. Jajaja – Bernie, dejó escapar una risilla extraña y meneó la cabeza- ir andando por la autovía, ¿no será una suicida? ¿Usted qué cree? – preguntó mirando el retrovisor.
El joven, que de repente había acabado de atar cabos en su cabeza abrió mucho la boca, y durante unos segundos pareció que no iba a decir nada, pero luego exclamó en un español muy sevillano:
– ¡La madre que la parió! – y pasando de nuevo al inglés, se inclinó sobre el asiento del conductor y lo urgió a que arrancara- Ya me imagino quién es la despistada, y le aseguro que no es una suicida. Es algo peor, ¡una loca!
Y así es como el taxi del joven trianero paró junto a Navío justo en el momento en el que el cielo decidía jugar al nuevo diluvio universal. Superado el primer momento de conmoción, y puesto que Navío le tenía aún más miedo al nivel de encrespamiento que podían coger sus rizos si se mojaban, que a las llamas del averno que parecían salir de los ojos del sevillano, nuestra joven se subió rápidamente al coche, y procuró no decir nada durante los cinco minutos siguientes, contentándose con mirar de reojo tanto al conductor, como a su acompañante.
– Así que después de todo era una riña de enamorados – decía Bernie, mirando de nuevo por el retrovisor con una sonrisa burlona en los labios-, pues permítame que le diga que podía haber terminado muy mal. Sí señor –sacudió la cabeza ligeramente para reafirmar su opinión, muy mal. Hay mucho tráfico por aquí.
En el asiento trasero, el joven resoplaba y contaba hasta diez en todos los idiomas que era capaz de manejar, y en alguno del que no tenía ni la más absoluta idea.
– Esta joven no es mi novia, ni mi amiga, ni mi nada en absoluto – contestó cuando pudo hacerlo en un tono lo bastante frío como para congelar el Sáhara.
“Y no estoy más enamorado de ella de lo que estaría de un grano en el culo”, añadió para sus adentros. Miró a Navío con disimulo. Estaba tamborileando los dedos en el cristal del coche, aunque él se daba cuenta de que trataba de escuchar la conversación que mantenía con el taxista.
“Obviamente, no se está enterando de nada. ¡Gracias al cielo!”- pensó- “solo me faltaba lidiar con un poco de la desfachatez de esta desequilibrada…, aunque ahora mismo no parece una loca, más bien un cachorrillo abandonado”, y a su mente acudió el recuerdo de un perrillo negro, mestizo, que una vez siendo niño había recogido con su padre de una cuneta. La comparación le hizo gracia, y no pudo evitar reírse por lo bajo.
Navío lo miró sorprendida, pero prefirió no averiguar el motivo de su risa. Sabiamente, decidió que era mejor aprovechar el súbito cambio de humor de su acompañante para preguntar dónde iban, cosa que hasta el momento no se había atrevido hacer.
– Oye, muchas gracias por…, por… – no sabía cómo llamar a aquello, ¿rescate? ¿favor?- por esto. Pero, ejem, si no te importa ¿te importaría decirme hacia dónde nos dirigimos?
Él la miro sorprendido.
– ¿No es obvio? A Chawton, por supuesto.
Ahora fue el turno de Navío de poner los ojos como platos, aunque acompañó su gesto de sorpresa con una deliciosa sonrisa.
– ¡Estupendo! ¡Maravilloso! ¡Increíble! ¡Fantástico!
– Sí, sí, sí…, me doy por enterado de tus sentimientos – la cortó él.
– Vale, yo quería ir a Chawton desde el principio pero, ¿por qué quieres ir tú?- Navío no se dejó arredrar y mantuvo su sonrisa.
– Te lo vuelvo a decir, por tercera vez. No es asunto tuyo – le contestó él, secamente, cruzando los brazos y clavando la mirada en el frente.
Navío silbó largamente, tal y como había hecho en el tren. Él empezaba a odiar aquella costumbre suya.
– Bueno, pues parece que volvemos a las antiguas costumbres…, simpático.
Por fortuna para todos los ocupantes del taxi, el camino hacia Chawton era bastante corto, y no tardaron más de quince minutos en llegar. Navío, que no quería seguir acumulando extraños favores en la particular cuenta que tenía con el joven, abrió rápidamente el bolso y pagó a Bernie, que le dirigió una mirada cargada de reproche al sevillano.
– Un caballero nunca deja que una señorita pague la carrera – masculló entre dientes.
– Le he escuchado –resopló él- pero da la casualidad que yo no soy el caballero de nadie, y podría jurar que esta que hay aquí nunca en su vida se ha portado como una señorita, por muchas novelas que haya leído – y se bajó dando un portazo.
La lluvia, milagrosamente, había cesado, como si en el escaso cuarto de hora que había transcurrido el cielo se hubiera despachado a gusto y hubiera descargado sobre la tierra toda su frustración. De la tormenta, solo quedaba un centenar de charcos y un aire gélido que Navío aspiraba fuera del coche, satisfecha, como si estuviera dándole la bienvenida al sol en una fiesta de la primavera. Cargada de energía, como una pila duracell, se giró hacia su acompañante y exclamó:
– Bueno, ¿vamos?
Y sin pararse a pensarlo mucho lo agarró de la manga de la chaqueta y a trompicones lo hizo cruzar la verja de madera que conducía al interior de la casa-museo. Antes de tener si quiera tiempo de protestar, el joven se encontró en el pequeño edificio que hacía las veces de tienda de recuerdos, delante de un mostrador atendido por una venerable señora de pelo blanquísimo y sonrisa beatífica, que debía rondar los setenta como poco.
“¿Pero esta señora no debería estar cuidando de sus nietos y regando rosales, o lo que sea que cultiven aquí, en lugar de estar trabajando?” – pensó el joven- aunque lo que dijo fue:
– Dos entradas, por favor – y sacó de su cartera la tarjeta de crédito para abonarlas, porque aunque no lo hubiera querido reconocer, el comentario del taxista lo había molestado.
– ¿Te importa añadir esto? Luego te lo pago, ¡no te preocupes! – Navío le tendía un folleto explicativo del museo, que marcaba el precio de una libra.
– Bueno, en fin, si solo es una libra invita la casa, pero no entiendo para qué quieres tener algo que no puedes leer.
– Ese es tu problema, que quieres entenderlo todo.
– Bueno, la verdad es que no aspiro a entender los secretos del universo, pero si hablamos un libro la mayoría de la gente opinaría que la perspectiva del asunto cambia – le contestó él, con sorna.
– Suficiente. Deja de darme la brasa. Algún día aprenderé inglés.
– Es lo primero sensato que te he escuchado decir desde que te conozco. Felicidades. Aún no todo está perdido contigo.
Navío puso los ojos en blanco, cogió su entrada y el folleto, y le dio la espalda.
– Paso de ti. Este es mi gran día, y nadie me lo va a arruinar.
Y con paso decidido se dirigió hacia la primera de las varias edificaciones que componen la casa-museo de Chawton.
Si nunca has tenido un libro favorito en el que refugiarte, un autor en el que confíes como en tu más íntimo amigo para que te levante el ánimo, si nunca has sentido que podías darle una patada en el culo a un mal día, perdiéndote en las páginas de una historia que conoces tan bien como la de tu familia; si no tienes nada de eso, quizás no puedas entender lo que sintió Navío Fernández Smith al cruzar la puerta de la casa donde vivió Jane Austen.
Durante unos minutos, Navío se quedó plantada delante del edificio de ladrillo rojizo, con sus puertas y contraventanas blancas, sin decidirse a entrar, intentando captar hasta el último detalle, en un estado de exaltación emotiva difícil de entender para el sevillano, que la observaba curioso, preguntándose qué bicho le habría picado a su pesadilla para quedarse así de alelada. Nuevamente, tal y como le había ocurrido en el taxi minutos antes, no pudo evitar mirar a Navío con otros ojos, y verla como una niña a la entrada de una feria, o de una pastelería, tal era el brillo de emoción sincero que reflejaba. Por un momento no parecía la loca-demente que lo había perseguido desde Heathrow. Entonces, él mismo miró la fachada de aquella casa y se recordó a sí mismo qué lo había llevado allí, y el dolor, la pena y la mala leche se le cortaron en el estómago, igual que le pasaba de pequeño cuando se empañaba en acompañar el bocadillo de chorizo de la merienda con un vaso de cola cao.
– Es solo una pared, ¿piensas entrar o no? – le dijo bruscamente a Navío, que lo miró arrugando el ceño.
– La mayor parte del tiempo eres realmente desagradable. Lo sabes, ¿verdad?
Y sin darle tiempo para replicar, cruzó la puerta y entró. La vista del pequeño salón, con los diversos objetos que alguna vez pertenecieron a la escritora que tanto amaba la dejaron sin habla. Especialmente, la réplica de un piano como el que pudo haber tocado Jane. Ella sabía que la autora amaba la música. De repente, sintió que podría ponerse a llorar allí mismo, de pura emoción. Sin embargo, en lugar de hacerlo, se limitó a ir al libro de visitas colocado en la entrada, y escribir:
“Estar aquí es un sueño hecho realidad.
Nao”
El joven la observó hacer, y se esperó a que ella se apartara del libro y continuara paseando por la estancia para acercarse disimuladamente. “Así que se llama Nao”, – pensó- “no le imaginaba raíces chinas, koreanas, o de donde sea que venga este nombre”. La buscó para mirarla más detenidamente, y tratar de descubrir si sus ojos eran rasgados al estilo asiático, aunque habría jurado que la chica tenía unos ojos preciosos, grandes, redondos y oscuros, como el color de las almendras tostadas.
La encontró parada junto a una mesita minúscula, de forma octogonal, sobre la que había una pluma, y un tintero de cristal.
– No parece una mesa muy cómoda, – comentó- no creo que les sirviera para mucho más que para tomar ese bebedizo que llaman té.
Navío lo miró y le dedicó otra de sus sonrisas.
– Me alegra poder ser yo por fin la que te enseñe algo. Sobre esta mesa, pequeño ignorante, se escribieron algunas de las obras más famosas de la literatura universal. En estos cuatro palmos de madera, nacieron personajes que seguirán andando por este mundo cuando tú y yo no seamos más que polvo.
El trianero sintió cómo de nuevo, el cocktail de pena, dolor, y furia, sobre todo furia, le subía desde el estómago hasta el centro del pecho.
– Perdona que te corrija. En estos cuatro palmos de madera seca, lo que se escribieron fueron historias absurdas, para que mujeres tontas como tú vivan en un mundo que no existe, se enamoren de hombres que no son de verdad, y abandonen a sus prometidos a solo dos semanas de la boda.
Navío lo miró sorprendida, por el discurso, por el tono, y porque, maldita sea, ¡aquel tipo desagradable estaba realmente atractivo en su papel de caballero despechado!
*** La autora del texto reconoce su ignorancia en cuestiones de caminos, carreteras y autovías inglesas, así que puede que el dato de la A31 no sea muy exacto, los lectores sabrán disculparme.
*** Podéis leer los capítulos publicados anteriormente aquí, aquí, aquí, y aquí. ¡Uf! Esto se está alargando…
Molita
No te imaginas la dicha que sentí cuando después de varios días de no poder revisar mi E-mail me doy cuenta que has posteado un nuevo capítulo.
Debo decir que estoy con dos sentimientos: el primero fascinada, me he reído a montones con las aventuras de Nao y las desventuras del joven en su ayuda a nuestra heroína (digo desventuras, porque el chico no lo hace muy emocionado que digamos) y por otro lado, me imaginaba que el pobre cargaba con un dolor, pero no me imaginaba que fuera tan grande.
Ya decía yo que su aversión a nuestra autora favorita se debía a algún evento adverso; con eso que en algún momento se planteo (el joven) que debía, como un español normal, ahogar sus penas en alcohol y no estar en ese absurdo viaje, me estaba imaginando que su comportamiento mal humorado tenía un trasfondo más, pero que te dejen a semanas de tu boda, ¡Válgame Dios! es demasiado.
Esperemos que conocer a Nao sea en beneficio para él, así como para Nao conocerlo a él; jejejeje es mi lado romántico el que ha hablado en este momento.
Éxitos.
Lady Hachi
Pasito a pasito, iremos arreglando las vidas de estos dos 😀 , jajaja. Me alegro mucho de que te rías con los capítulos, aunque la historia tenga también su puntito romántico, como sé que nos gusta a todas.
Estefanía
Qué bonito recordar la emoción que sentí en Chawton. Gracias por tu historia!
Lady Hachi
¡Gracias a ti Estefanía por leerla!