Historia de Navío*, por Lady Hachi
- en agosto 12, 2014
- por Lady Hachi
- en Con nuestra propia pluma, General
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Capítulo I: De cómo una persona puede verse maldita con un nombre ridículo.
Llamarse Navío es algo insólito, a la par de absurdo. Llamarse Navío a lo largo de las interminables etapas con las que el Sistema Educativo pretende despeñar a los estudiantes es una verdadera prueba de paciencia, temple y amor filial (si no se odia a los progenitores por semejante capricho bautismal no se los odiará nunca, sean como fueren). Pero cargar con el nombre Navío y trabajar en una agencia de viajes llamada La vuelta al mundo en ochenta barcos, viene a suponer- se mire por donde se mire- una guasa pérfida y cruel, no achacable más que al Destino, que en pérfido y cruel gana a todos los villanos jamás descritos.
Podría uno preguntarse, si viera el nombre en cuestión escrito en solitario, si es un apelativo de hombre o de mujer. Bien podría ser de hombre, no en vano lo que tenga que ver con barcos recuerda a esforzados marineros, o a truculentos piratas. Mientras que, sin embargo, el papel de las mujeres en el terreno se ha visto reducido a ejercer de mascarones voluptuosos, al más puro estilo de las portadas de Playboy; o de sirenas, esas guarrillas cantarinas causantes de los accidentes del tráfico marino. Aclaremos, por tanto, que el simpático nombrecillo recaía sobre una joven morenaza, de rizos contundentes y piernas más contundentes aún. Quizás demasiado para los cánones famélicos de hoy en día.
Querrá el lector saber la historia que había llevado a esta pobre joven a ser martirizada con un nombre tan disparatado, y no seré yo quien le prive del placer cotilla de conocerla, entre otras cosas, porque para algo reza el título de este capítulo como lo hace. Los acontecimientos, pueden resumirse, de hecho, en dos circunstancias. A saber: que su madre era inglesa, y que era aficionada a la lectura de novelas de trajes largos – tal y como su padre solía tildar a tan peligrosas inclinaciones literarias.
Los padres de Navío se habían conocido en Londres, mientras él se peleaba con el inglés haciendo prácticas en un bufete de abogados de medio pelo. Se enamoraron, se despidieron con lágrimas en los ojos (de ella), se llamaron y cartearon durante un tiempo, y cuando él, como era de esperar, comenzó a distanciar las misivas y las llamadas (ningún amor aguanta las facturas de teléfono a larga distancia), y comenzó a salir más de la cuenta con otras féminas que nada tenían de inglesas, ni de lectoras, la joven señorita londinense se plantó en Madrid para reclamar lo que consideraba suyo. Y lo hizo con tanto ímpetu, que regresó a casa de sus padres provista de todo le necesario para una boda. Es decir, con un anillo de bisutería aceptable en la mano izquierda y un futuro retoño en el vientre. La joven pareja se casó un 15 de octubre en Madrid, con intención de instalarse en suelo ibérico, puesto que el joven había declarado rotundamente que podía hacerse el ánimo a pasar toda su vida con aquella excéntrica inglesa, pero que nada en el mundo le obligaría a casarse con el tiempo inglés. Para entonces, el embarazo iba ya rozando su sexto mes, y era prioritario no retrasar más el paso por la vicaría mareando la perdiz con nimiedades tales como la de dónde pasar el resto de la vida.
Durante las primeras semanas, el matrimonio fue como la seda. Hicieron un breve viaje de novios por Andalucía, donde la joven se empeñó en ir para vestirse de odalisca por los patios de la Alhambra (hay que decir que en ese momento había logrado ampliar sus lecturas y aparcar las Brönte, Dickens, y Austen, y había sucumbido al exotismo de los Cuentos y Leyendas de Washington Irving). A su regreso a Madrid, comenzaron una tranquila rutina. Él, trabajando en un despacho de abogados que había abierto con un compañero de carrera, y ella dejándose las pestañas en la lectura de todas las novelas de George Ohnet, autor que descubrió gracias a una librería de viejo que había al lado de su pisito, y que tenía un verdadero arsenal de las obras del escritor, muy de moda en la España de tres décadas atrás. Esta tranquilidad duró poco, pues cuando el embarazo acababa de cumplir su octavo mes, malas noticias llegaron de Londres. Un rayo había alcanzado a los padres de la joven mientras paseaban por su jardín, al amparo de la peor tormenta del año. Las malas lenguas dijeron que intentaban recrear alguna escena de Cumbres Borrascosas, puesto que encontraron al anciano señor con una edición algo chamuscada del libro en el bolsillo de la gabardina. La obra, además, siempre había sido la favorita de su esposa. El caso es que, el joven y futuro padre de Navío nunca creyó cuando recitaba para sus adentros “mal rayo los parta”, que realmente tuviera el poder de convocar a los elementos. Un incómodo sentimiento de culpa se instaló en su estómago, y por eso no pudo negar a su esposa el deseo de trasladarse a su patria, para dedicar un último responso a sus progenitores, a pesar de que con ocho meses y una semana de embarazo el médico le prohibiera subirse a un avión, y a pesar de que ella entonces se empeñara en hacer el viaje por tierra, hasta llegar a Calais, donde tomarían un ferry hasta Dover. La empedernida lectora estaba esos días enfrascada en La Pimpinela Escarlata, y acaso aquella lectura tuviera algo que ver en la disparatada travesía que ideó.
La mañana que embarcaron en el ferry que habría de dejarlos en suelo británico, el tiempo amaneció bastante malhumorado, augurio suficiente como para que hubieran decidido quedarse en tierra. No lo hicieron, y el embarazo de la lectora de clásicos llegó a su término una hora después de haber zarpado, entre olas enfurecidas, pasajeros no se sabe si más sorprendidos que mareados, y con la ayuda de un médico que afortunadamente viajaba a bordo. El experimentado doctor, ya bien entrado en años, lucía una cabeza llena de canas, pero de no haberlas tenido, le habrían salido todas de golpe cuando al poner a la pequeña recién nacida en los brazos de su madre, esta le dijo: “Doctor, me muero. Mi último deseo es que mi pequeña no se llame María de los Dolores, María de las Angustias o María de los Remedios, que ya abundan en la familia de mi esposo. Quiero que el nombre de mi hija sea único, como la heroína que ha de ser. Que haga honor al sitio donde ha nacido. Se llamará Navío”. Y para no faltar a su palabra, dicho esto, se murió.
Puede que la joven madre nunca hubiera superado el trauma de llamarse Alice Smith, y es que las grandes lecturas no la salvaron de tener un nombre muy vulgar. O también puede ser que simplemente padeciera enajenación mental transitoria. El caso es que el bueno de su marido, que siempre se había llamado Fermín Fernández, y nunca había aspirado a tener un nombre más elegante, se apeó en suelo británico con el estado civil de viudo, y un retoño en los brazos al que no tuvo más remedio que bautizar como Navío Fernández Smith. Nunca le perdonó a su mujer aquella ridiculez, y si hubiera podido revivirla por el puro placer de matarla él mismo, quizás lo hubiera hecho. Pero como eso entraba dentro de los deseos poco razonables, se limitó a odiar a partir de entonces todo lo inglés, y de camino, todo lo literario, viniera en el idioma en el que viniera.
Continuará…
(*) Nota de la autora: Historia de Navío es la consecuencia, más o menos fatal (a vosotros os dejo juzgarlo), de ser fan de Jane Austen, haber leído con entusiasmo Philippe Derblay, y acto seguido a Jardiel Poncela. Si creéis que la mezcla puede ser indigesta, tened a mano una taza de manzanilla. Yo llevo tres.
Bali Rosenqvist
¡Es muy ameno y divertido, Hachi! 😀
Lo de «guarrillas cantarinas», me ha llegado. Homero llora en los Campos Elíseos por sus sirenas de la Odisea xD
¡Queremos más!
Lady Hachi
¡Gracias Bali! Yo me estoy riendo mucho escribiéndolo, así que me alegro de que parte de la risa os llegue. El segundo capítulo está bastante avanzadillo. En unos días, más.
Warmisunqu's Austen
Hachi, ya estoy enganchada a la historia. Me he reído mucho con eso de los «nombes muy españolizados» (como los llamo yo 😛 ja, ja, ja ) y ahora me quedo con ganas de más 😀
¿Esa niña llegará lejos? 😉
Tomo nota de algunas lecturas y autores que no conocía 😉
Muchas gracias por compartirlo 🙂
Lady Hachi
¡Gracias a ti por leerme! Espero que sigas riéndote con la historia…, a algún lado tendremos que mandar a esta pequeña…, a ver, a ver…
Nuria
Jajjj, sin piedad! ya la has convertido en heroína con un supernombre y huérfana de nacimiento! Pobre Navío!! :DDD
Yo también pensaba que era un hombre pero Navío para chica es espectacular! 😀
Lady Hachi
El otro día vi un artículo sobre nombres raros que la gente le pone a sus hijos, y al lado de esos desde luego que Navío es de lo más común. ¡Igual hasta se pone de moda! 🙂
Cristina
Divertida, inteligente … quiero más!
Lady Hachi
¡Muchas gracias por leerme y por tus palabras! Tienes los capítulos II y III también colgados en el blog, y prometo que publicaré el IV en cuanto me sea posible :D.