Chris Hammond, la gran ilustradora de Jane Austen
- en enero 14, 2015
- por Lady Hachi
- en General, Ilustradores
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Tras el nombre de Chris Hammond, se esconde en realidad Christiana Mary Demain Hammond (1860-1900). Esta artista, contemporánea de otros grandes como Hugh Thomson o los hermanos Brock, fue la mano que ilustró, para mi gusto, algunas de las ediciones más bonitas de las novelas de Jane Austen. Si Hugh Thomson tuvo el honor de trabajar en la famosa Peacock Edition de Pride & Prejudice, Chris Hammond firma los dibujos y grabados a tinta de estas maravillosas ediciones de Emma y Sense&Sensibility, publicadas por George Allen en 1898 y 1899, respectivamente:
Leer más»Resultados del sorteo de Navidad
- en enero 01, 2015
- por Lady Hachi
- en General
- 5
¡Feliz Año Nuevo querid@s austenit@s!
Tal y como prometí, comenzamos 2015 anunciando los resultados del sorteo. Ante todo, gracias por haber participado y por vuestros comentarios. Y ahora, os dejo unas imágenes del «duro» y «complicado» proceso para obtener los ganadores, llevado a cabo por una pata, digo una gata inocente 😀 … ¡Nos ha llevado un buen ratito!
Y el resultado finalmente ha sido:
Para titania11@yahoo.com.ar el marcapáginas de Orgullo y Prejuicio.
Para balirosenqvist@gmail.com el de La Abadía de Northanger.
Para mavferna@ucm.es el de Mansfield Park.
¡Felicidades! Os enviaré un correo para que me proporcionéis vuestras direcciones para el envío.
Y al resto, seguid disfrutando de estos días de fiesta, porque, como dice Haku, ¡la Navidad mola!
Sorteo de Navidad
- en diciembre 16, 2014
- por Lady Hachi
- en General
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Querid@s austenitas,
Aprovechando que hoy celebramos el 239 cumpleaños de Jane Austen, y que las fiestas navideñas están a la vuelta de la esquina, quiero anunciar una pequeña sorpresa: el sorteo de estos tres preciosos marca páginas, con motivos de diferentes ediciones de tres de las obras de Jane Austen: la famosa «peacok edition» de Pride&Prejudice, la portada que hizo Marvel para el primer número de su adaptación al cómic de Northanger Abbey y-puesto que estamos finalizando la celebración de su bicentenario- esta maravillosa ilustración de Almudena Romero de Mansfield Park
Para participar solo tenéis que contestar a este post, comentando qué entrada, o qué galería de ilustraciones de las que hemos ido publicando en el blog es vuestra favorita. Sería muy problemático dejar que eligierais cada uno que marca páginas preferís así que, simplemente el día que los sortee el primer ganador se llevará el de Pride&Prejudice, el segundo el de Northanger Abbey y el tercero el de Mansfield Park. Me comprometo a mandarlos donde sea, así que no dudéis en participar aunque no viváis en España.
Y si os encantan, como sé que os encantarán, y no sois afortunados, podéis encargar el que queráis en la Librería Cala, la librería de las cosas bonitas.
El sorteo lo haremos el día 31 de diciembre, para terminar bien el año.
Un, dos, tres… ¡A participar!
De la inoportuna ceremonia de graduación
- en diciembre 13, 2014
- por Lady Hachi
- en Con nuestra propia pluma, General
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Hay ocasiones en la vida en la que es más fácil dejarse arrastrar por la corriente, que empeñarse en llegar a una orilla, o a algún puerto seguro. A Manuel, aquella le pareció una de esas ocasiones. Llegados a ese punto, plegarse al vendaval de energía de Navío le resultaba más sencillo que tratar de buscar una alternativa a su curioso chantaje. Y además, quizás – solo quizás-, ni tan si quiera quería hacerlo.
Salieron de Cassandra’s Cup y cruzaron la calle. Según las indicaciones que la camarera le había proporcionado al joven, el autobús que conducía a Winchester no tardaría mucho en pasar y tenía parada justo enfrente de la cafetería. Navío andaba con paso ligero, como de bailarina, sorteando charcos con piruetas infantiles y la risa floja de una borracha. Diremos en su defensa que su borrachera era de pura felicidad, y que no amenazaba ningún coma etílico. No podía creerse que el trianero no hubiera presentado batalla, y lo miraba de reojo, tratando de juzgar si tal vez no le había hecho justicia desde el primer momento. Él estaba muy callado, y se limitaba a observarla sin hacer ningún comentario. El autobús no tardó más de cinco minutos en llegar, y Navío se sintió aliviada cuando lo hizo. Empezaba a parecerle muy raro que Manuel no se hubiera enfadado, ni le hubiera hecho ningún reproche, ni hubiera tratado de darle alguna lección, como solía, y se preguntaba si el joven no estaría aguantando para terminar por estallar violentamente y caer sobre ella como la tormenta de aquella mañana.
Subieron al autobús y Navío le tendió un billete al conductor, pero este lo rechazó y le dijo algo, señalando un letrero que había pegado en el cristal de una de las ventanas. Navío miró a Manuel, interrogante.
– Dice que solo se acepta el importe justo del ticket, no dispone de cambio – aclaró él.
– Pero yo no tengo suelto – protestó ella-, espera, tengo un billete más pequeño. Con este no debería tener problema.
Pero el conductor volvió a rechazarlo secamente, señalando de nuevo el cartel de la ventana y dando muestras de impaciencia.
– Solo importe exacto – repitió Manuel- dice que son las normas.
– ¿Y cómo demonios se supone que íbamos a saber nosotros esas normas? ¿Quién ha puesto una norma tan absurda? Pues dile que se quede con el cambio, y listo.
El joven se dirigió al conductor para explicarle el problema, y ofrecerle la solución de Navío. A ella no le hizo falta saber inglés para darse cuenta de que aquel tipo los estaba mandando a paseo. Negó con la cabeza, señaló el reloj de su muñeca y acto seguido la puerta del autobús, en una inequívoca invitación a que se bajaran y lo dejaran seguir con su ruta de una vez.
– ¡Y un cuerno! – estalló la joven-, de aquí no me baja nadie.
Y al conductor tampoco le hizo falta saber español para comprender que aquella joven iba a causarle problemas.
A Manuel la situación, lejos de incomodarlo, le estaba resultando muy divertida. Se limitó a cruzarse de brazos y esperar, preguntándose qué haría ella para resolver la situación. En su mente, apostaba diez contra uno a que la determinación de Navío terminaba por ganarle la batalla a la rigidez británica del conductor. Tapándose con disimulo la boca con la mano, para ocultar la sonrisa que empezaba a asomarse a sus labios, vio cómo Navío sacaba todo el contenido de su bolso, buscando y rebuscando billetes pequeños y monedas con los que cumplir las exigencias del servicio de transporte inglés. En el pequeño mostrador delante del conductor, empezaron a amontonarse un pequeño neceser, varios paquetes de pañuelos, un boli, una libreta, un pequeño espejo, una agenda telefónica…, decididamente el mostrador se quedaba pequeño.
– ¡Oh, qué demonios! – exclamó exasperada, y arrodillándose en el suelo vació en él todo el contenido del bolso.
Ante la mirada atónita del conductor, y los cuatro o cinco pasajeros del autobús, quedaron desparramados –entre sus demás pertenencias- varios fajos de libras, además del ejemplar de Querida Jane, Querida Charlotte, y su inseparable volumen de La Abadía de Northanger. Varias monedas tintinearon y rodaron por el suelo. Una señora de mediana edad que estaba sentada en los primeros asientos del autobús se apresuró a levantarse y recuperarlas, y se las tendió a Navío con una sonrisa, acompañada de unas palabras ininteligibles para ella y una señal de reconocimiento hacia la novela. La señora sacó del bolsillo del abrigo su monedero, y tras intercambiar unas breves palabras con el conductor, lo abrió y sacó de él algunas monedas, que dejó en el mostrador. Luego le dio unas amables palmaditas en el hombro a Navío y volvió a sentarse. Nuestra joven protagonista estaba perpleja, y aún arrodillada en el suelo se giró hacia Manuel en busca de una explicación.
– Parece ser que has encontrado un alma gemela en cuanto a gustos literarios se refiere – y sacudió la cabeza en un gesto de incrédula sorpresa-. Le ha dicho al conductor que nadie iba a bajar del autobús a una lectora de Jane Austen, y ha puesto lo que faltaba para los billetes. Decididamente, sois una secta un poco extraña.
Navío se levantó, y no sabiendo como agradecer el gesto con palabras, se limitó a apretar el volumen de La Abadía contra su pecho, y a sonreír. Manuel también sonrió, por el puro placer de contemplarla, pues no tenía más remedio que reconocer que la sonrisa de Navío era una de las cosas más bonitas que había visto en su vida. Aunque también es verdad que se hubiera dejado matar antes de decirlo en voz alta. Así pues, se apresuró a recomponerse y ayudó a Navío a guardar de nuevo todas sus pertenencias en el bolso.
Fidelidad
- en diciembre 12, 2014
- por Lady Hachi
- en Con nuestra propia pluma, General
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Esta entrada no tiene nada que ver con Jane Austen, no tiene nada que ver con este blog, pero tiene que ver con alguien que ha sido parte de mi vida durante diecisiete años y medio. Una parte muy importante. La perrilla de nuestra familia, la que me acompañó los años de Universidad y juventud y mis primeros pasos de adulta. Era de tamaño pequeño, patas zancudas y ojos morunos. Alegre como ella sola, para saludar movía todo el culo, en lugar de usar solo el rabito, que lo tenía corto como una brocha. La pelota y todos nosotros éramos su pasión. Cuando salía al paseo, le encantaba cargar con ramas y palos y echármelos a los pies para que se los tirara. Cuando iba al campo, buscaba piñas, y si la llevábamos al pantano o a una piscina, se transformaba en sirena. Hoy se nos ha ido, ya está corriendo como una loca otra vez, como le gustaba, por donde quiera que estén y sean los campos celestes, que sé que los hay, y allí me espera junto a todos los peludillos que ya me han dejado.
Se llamaba Linda, igual que otra Linda que mi abuelo tuvo cuando yo era niña. Hace años escribí este texto, en honor a esa Linda de mi abuelo. Hoy lo rescato, por la Linda que se nos acaba de ir, y en memoria y homenaje de todos los animalillos que han sido parte de mi familia y ya no están.
Gracias por toda la felicidad que nos habéis dado. Nos veremos de nuevo.
FIDELIDAD
En mi memoria, los recuerdos más felices de mi infancia están entretejidos con la presencia de ambos: mi abuelo y ella. Ella se llamaba Linda, era una perrilla ratonera negra, de tamaño mediano, más bien pequeño, sin pedigree –ni falta que le hacía- , pero con más candor, inteligencia y fidelidad en sus ojos de la que he podido encontrar después en muchas personas. Ahora tengo treinta y tres años y puedo reflexionar así sobre ella. Entonces era sólo una niña y lo único evidente para mi es que aquella perrilla era una compañera inseparable de mi abuelo y un ser noble de infinita paciencia, que nos dejaba a nosotros –los niños- abrazarla e intentar subirnos a caballito sin hacer nunca jamás el amago de gruñir o de morder.
Nuestra Linda, la Linda de mi abuelo, se ganó el eterno agradecimiento de todos el día que lo socorrió cuando nadie más estaba allí para ayudarlo. Mi abuelo, como todos los días, se había ido a trabajar al campo, acompañado de su fiel amiga. Pero ese día, en el camino de regreso, sufrió un ataque de reuma y tuvo que sentarse debajo de un olivo, sin poder moverse. Imagino cómo aquella perra inteligente gimotearía y se acercaría a él, instándolo a levantarse, preocupada al ver que él no podía. Imagino cómo con todo el dolor de su corazón, decidió dejarlo allí y hacer el camino de regreso a la casa de para avisar a la familia de que mi abuelo no se encontraba bien. En cuanto la vieron aparecer sola lo supieron y corrieron a buscarlo. Ahora, desde mi posición de adulta, después de haber oído a los demás contar tantas veces esta historia, yo también me siento profundamente agradecida con ella, porque mi abuelo fue para mí en aquellos años la representación de la alegría más sencilla y sincera.
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